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Entrevista, Marcela Serrano

Hoy reescribo una entrevista a Marcela Serrano publicada en la Revista Paula en su edición del 17 de diciembre del 2005. Me parece super interesante su experiencia de vida.

Marcela y su nueva vida

Marcela Serrano se hartó de la fama y de la sobreexposición. Se enclaustró por un largo tiempo y hoy reaparece con nuevos proyectos: abrió una tienda, donde ella misma diseña el vestuario, y se prepara para inaugurar en marzo un albergue para mujeres tristes de verdad; mujeres de población que están deprimidas y desconocen el placer. Aquí, la escritora explica qué gatilló su cambio de giro.




HASTA EL 2003, MARCELA SERRANO VOLABA A LA VELOCIDAD DE UN JET. ERA UNA ESCRITORA SÚPER VENTAS. EXITOSA, ADMIRADA. Recorría el mundo promocionando sus libros. Un repentino diagnóstico de estrés severo la hizo aterrizar. Se dio cuenta de cuánto daño le había hecho la exposición, el no saber parar, el vivir por tantos años haciendo cosas a contrapelo. Entonces frenó en seco. Buscó murallas para aislarse y pensó en cuántas mujeres, tal vez con menos fama y menos recursos, pasaban por situaciones así y vivían sin ni siquiera darse cuenta. Llamó al sacerdote jesuíta Felipe Berríos. Estaba obsesionada por saber cuáles eran las carencias más profundas de la pobreza. El le contó que la enfermedad subterránea de las mujeres pobres era la salud mental: el estrés, la depresión y la falta de deseo. Unieron a la gente de Comunidad Mujer a esas conversaciones y el proyecto cuajó: en marzo se abren las puertas de un albergue para acoger a mujeres sin recursos.

La historia de crear este espacio nació cuando Luis Maira, su marido, era embajador en México. Ella recibió el Premio Planeta y se juró a sí misma compartir su suerte con quienes tienen menos. "Me parecía evidente que tenía que ser con las mujeres. Al final, ellas siempre han sido mi preocupación desde cualquier punto de vista, literario, político...", cuenta Marcela, sentada en el comedor de su casa en Santiago, un edificio antiguo de tres pisos, que remodeló para instalarse definitivamente en Chile.

Al comienzo, Marcela estaba obsesionada con el maltrato. Y fue después, mucho después, que empezó a comprender que la infelicidad y el displacer eran un tema demasiado fuerte en los sectores populares. "Después de lo que me pasó a mí, me he dado cuenta de que la depresión y el estrés son un tema más importante que la violencia, por lo escondidos que son", afirma mientras enciende su primer cigarrillo del día.

-Estás lanzada en armar este albergue. Acabas de abrir una tienda en Ñuñoa, ¿por qué decidiste ampliar tus proyectos más allá de la literatura, si tenías la vida tan resuelta?
-Me pasó lo siguiente: yo estudié Arte, y la estética siempre ha sido un tema muy fuerte en mí. Por otro lado, he sido militante desde los 17 años, y siento que el albergue se hermana con el tema de la solidaridad. Ambas cosas tienen que ver con un goce y con usar otras capacidades que en esta vorágine de la escritura tenía postergados. Ha sido muy rico armonizar la otra parte del cerebro. Y, además de todo eso, lo hago porque pasaron otras cosas... Hace poco más de un año, cuando estaba haciendo la típica gira de promoción de mi novela Hasta siempre, mujercitas, me enfermé. Llegó un doctor a verme al hotel y fui diagnosticada de un estrés severo. Suspendí la gira de inmediato.

-¿Qué te pasó ahí? ¿Pataleaste?
-No. Supongo que hace muchos años que lo único que quería era que un doctor me dijera: "Suspenda todo". Hoy me doy cuenta de que, de alguna manera, al tener el permiso médico, pude parar. Y me volví a Chile inmediatamente.

-¿Cómo recuerdas ese regreso: con rabia, con pena..?
-Lo único que quería era entender qué significaba todo eso. Es decir, fue a raíz de ese estrés que comprendí que debía sumergirme en mí para saber qué era lo que andaba mal, por qué me sucedía esto... Y me volví directo a ver un siquiatra.

-¿No tenías alguna intuición de qué te pasaba?
-Un par de cosas las intuía. Tenía que ver con estar haciendo algo que yo no quería hacer. Todo lo que tiene que ver con la exposición pública lo detesto y lo he detestado siempre. Y esos seis años que estuve viviendo en México fueron a tal punto expuestos, fue tanto lo que tuve que viajar, tantas conferencias, tantos jurados en los que participé, tantos países que recorrí, que cuando llegué a Chile no me di cuenta de eso... Al final, eso explota de mil maneras. Aprendí que un estrés no curado o no diagnosticado a tiempo se transforma en depresión. Y como sabía que no quería deprimirme por nada del mundo, tomé rápidamente todas las medidas del caso. Entonces, cuando pienso en la gente que no logra parar nunca, me da una angustia enorme porque es una forma de matarse. Uno se va matando si insiste en violentar su esencia.

-¿Es por eso que, desde que regresaste a Chile casi no se te ha visto? Ya llevas casi dos años y es como si no estuvieras...
-Absolutamente. De hecho, estoy dando una entrevista después de un año y dos meses en que me he negado absolutamente a hablar, y la estoy dando exclusivamente porque me interesa contar lo del albergue. No quiero volver a dar nunca más una entrevista haciéndome cargo de lo que escribo. Nunca más quiero estar explicando una novela. No quiero estar en nada público. Eso es lo que me ha hecho mal.

-¿Te hacía mal exhibirte o te cansabas de estar explicando lo que escribías?
-Es simplemente darme cuenta de que soy mucho más privada de lo que creía. En el fondo, la escritura es un ejercicio de profundo silencio, de máxima intimidad. Y yo pasaba un año y medio, o dos años, escribiendo una novela -con períodos interrumpidos obviamente-, y me encerraba totalmente. Y cuando cortaba ese encierro y entregaba la novela empezaba la exposición. Ese tránsito del silencio al bullicio externo, empezó a causarme un daño profundo. Lo supe desde el primer día, pero sentía que no había alternativa...

-¿Cómo así?
-Claro, al principio me negaba, pero después comprendí que todo el mundo lo hacía y que yo también tenía que hacerlo. Después me empezó a ir cada vez mejor, lo cual significó que empecé a triplicar mis actividades. Nunca calculé y nunca supe que en la medida que tuviera más lectores, mi vida se iba a convertir en esta especie de infierno en que terminó convirtiéndose.

-Y tu esencia siempre ha sido así: ¿más silenciosa, más solitaria?
-La apariencia ha sido muy engañadora. Como vengo de una familia grande, donde siempre se ha funcionado con muchos amigos y yo misma he tenido una vida muy sociable, eso podía llamar a confusión. Además, mis casas siempre han sido muy abiertas, con mucha vida. Puede haber parecido que yo me sentía a mis anchas en ese mundo tan social, tan público, pero no. Eso es justamente lo que me dañó. Y me di cuenta de eso cuando me hice una terapia seria. Ahí lo pude entender...

-¿No tuviste miedo de enfrentarte a ti misma en una terapia?
-No. Al principio si pensé: ¡Dios mío!, que esto no vaya a significar que no voy a escribir nunca más. Pero al poco andar me planteé qué pasaría si me pusiera a escribir sin resultados, sin expectativas. Y ahora estoy escribiendo cuentos; cosa que no había hecho nunca y me hace muy feliz.

-Claro, el proceso de una novela es mucho largo, más desgastador...
-Y yo he escrito demasiado. Además, los cuentos son una cosa más modesta, más inmediata. A los editores les gustan más las novelas, porque venden. Los libros de cuentos no le interesan a nadie más que a la gente que lee de verdad. Pero a mí me fascina estar haciendo algo que no es editorialmente rentable. Y el día que publique mis cuentos, me da lo mismo que se vendan o no. A partir de ahora, el acto de escribir ha pasado a ser un acto privado, de goce, como siempre lo ha sido, pero sin tener que pagar la factura de ese goce.

-¿Fue la crisis de estrés que tuviste, la que te hizo pensar: "pucha, cómo lo pasará una mujer de población con lo mismo que estoy pasando yo?"
-Absolutamente, y eso me producía una angustia infinita. Pensé en cuántas mujeres estarán en una actividad que no quieren hacer y no pueden parar. Empecé a entender en serio el tema de la depresión. Ahí comprendí que el estrés no siempre era diagnosticado, no era tratado y llegabas a la depresión. Ahí comprendí a las miles de mujeres deprimidas que hay en este país. Entonces, cuando a mí me pasó esto, no pude dejar de pensar, obsesivamente, en todas esas vidas de mujeres que no pueden parar porque no pueden darse el lujo que me di yo. Yo paré por darme el lujo.

EL REENCUENTRO

-Tengo la impresión de que siempre has sido autosuficiente, resuelta, muy de bancarte sola. ¿Ése ha sido un tema en tu vida?
-Sí, la autosuficiencia es un valor que nos enseñaron a las mujeres de mi casa. Fui criada con valores totalmente masculinos.

-¿No será que, tal vez, es tu parte masculina la que ahora está en retirada? Y que ese lado tuyo que odia la exposición es tu parte femenina...
-Es muy probable. Lo he pensado mucho. Cuando una mujer empieza a crecer y a enfrentarse al mundo te das cuenta que hay una cantidad enorme de hostilidades. Seguramente, en un punto de mi camino tuve la alternativa de someterme o pelear. Intuyo que yo decidí pelear y eso es lo que ahora me tiene exhausta.

-Bueno, tu generación fue la primera en vivir ese dilema, ¿no?
-Sí, y no se lo regalo a nadie. Y ahora es probable que esté dejando fluir esa otra parte mía. Lo mejor es que me doy cuenta que puedo hacerlo tranquilamente: no tengo que rendir más exámenes y puedo darme el lujo de hacerlo, lo cual es maravilloso. Por ejemplo, me voy al campo con un cajón de cuentas para hacer collares y me siento horas y horas frente a la chimenea inventando collares...

-¿Y hace 30 anos, qué te parecía eso?
-Seguramente, en la deformación de ese minuto sentía que eso tenía relación con el sometimiento. En cambio, ahora, cuando me instalo frente al fuego con todas estas cuentas de piedra, de madera y de metal, retomo una cosa casi ancestral que hoy me parece fascinante

-A lo mejor lo que te agotó fue la autoexigencia...
-Bueno, sí. Una es autoexigente si hay mandatos muy fuertes a nivel familiar. Y yo los tuve desde la infancia. Mi padre era un hombre muy inteligente, y capaz que no nos permitió no ser inteligentes y capaces. Y hoy, por primera vez, siento que nada de lo que estoy haciendo tiene que ver convalidarme frente a nadie y en ninguna parte. O sea, hacer el albergue es un trabajo que tiene que ver con otras motivaciones en un mundo totalmente anónimo.

-¿Has escrito tu proceso, tu crisis?
-No registro nada que tenga que ver conmigo misma. Nada. No tengo diarios ni escritos personales. Me parece innecesario, inútil. De hecho, hace unos años en México, me había llegado un baúl donde estaban los cuadernos que escribía cuando era chica. Una noche de invierno los pesqué y los empecé a tirar al fuego. Me acuerdo de las llamas y del placer profundo que me dio ver cómo se quemaban. ¿Para qué dejar registros? Si el único registro que vale son las cosas que uno hizo en la vida.

-Sí, pero también esos diarios funcionan como espejo. Puedes revisar experiencias antiguas...
-Eso es pura egolatría. Por ejemplo, este proceso del estrés lo he vivido con tanta conciencia que no necesito tener ningún apunte. Lo voy viviendo muy al día a día.

-Siempre has ido buscando lugares para escribir o para pasar una temporada sola. Ahora que tu marido es embajador en Buenos Aires, ¿has hecho de esa ciudad un refugio?
-No. Voy a ver a Lucho, estamos juntos, me pierdo en las librerías o en esos parques preciosos, pero no voy de embajadora. De hecho, nunca he ido a un cóctel en Buenos Aires. No hago nada público. Después de los seis años que Lucho fue embajador en México se me gastaron todos los posibles cupones que tenía. Así que reparto mi tiempo entre Buenos Aires, Santiago y un campo que tenemos en Quillota. Yo siempre hablaba de los paraísos perdidos. En ese campo encontré un pedazo del paraíso...

-¿Por qué tanto? ¿Qué haces allí?
-De todo. Tengo una huerta y una gran cocina. Voy plantando distintas cosas. Este año tuve habas por primera vez y obligué a todo el mundo a comer habas. Ahora estoy llena de repollos y repartí mis repollos morados y preciosos a todo el mundo. Mi huerta es clave. También están mis perros. Tengo dos labradores enormes, maravillosos, y salgo a caminar con ellos. Tengo un taller fuera de la casa. Me robé un letrero de una clínica de esos que dicen: "Se prohiben visitas, no molestar". Todos saben que cuando lo cuelgo, nadie entra. Y ahí oigo mucha música leo durante horas y horas...

-Hace unos años te fui a entrevistar a México y tenías un lugar fuera de la ciudad. Es como que siempre estuvieras buscando un escondite.
-Aparecen solos... En México me enamoré de un lugar: Tetluzclan. Todos los años hacía un break allí durante un mes. Ese mes era sagrado pasara lo que pasara. Y este año, a raíz del estrés y de todo lo que me había pasado, quise hacer un retiro en serio y que estuviera sola de mi alma en un lugar donde no conociera a nadie, ni nadie me conociera a mí. Entonces me fui a una cabaña a la sierra cordobesa. No había civilización posible que me determinara. No sé por qué tenía esa necesidad tan fuerte de probar y ver qué es lo que estaba determinado por fuera y eran puros hábitos formales y cuáles eran hábitos vitales. Eso fue poderoso...

-¿Cómo te viviste ese retiro?
-La vida de cualquiera de nosotras hace que una nunca tenga mucha libertad. Y es súper raro cuando tienes esa libertad, porque no sabes qué hacer con ella. Al poco andar me di cuenta de eso y me dije: "Estoy totalmente predeterminada, sin remedio, por los hábitos. Porque, al final, leía más o menos la misma cantidad de horas que leo todos los días, cocinaba igual que siempre y, lo que me daba mucha risa de mí misma, es que en esa soledad me importaba mucho el tema del aseo, de la limpieza, de mantener todo impecable. O sea, todo el perfeccionismo salía por algún otro lado. Fue muy sanador verme así.

-Esos retiros son para ti como una forma de experimentar qué pasa cuando dejas que las cosas simplemente sucedan....
-Sí. Siempre está el riesgo de que las cosas materiales sean un enorme peso. Es importante aprender a viajar liviano porque, al final, hay una sola verdad en la vida: nacemos solos y morimos solos, entonces más vale que sepamos sujetarnos. Me parece clave que uno sepa contenerse. Creo que si una persona es capaz de gozar de su propia debilidad, está salvada. Pase lo que le pase, siempre vas a tener elementos con que pelear.

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