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Sicología, El Dolor

En la columna de sicología aparecida en la revista Ya de El Mercurio, del día martes 25 de abril de 2006, se habla de la aceptación del dolor. Yo agregaría que la aceptación no sólo es importante en este caso, sino que también para aceptar las demás emociones que nos ocurren. Y si me pongo más "pesado", la aceptación es el principio fundamental que nos debe guíar frente a los acaeceres de la vida. No por nada, Humberto Matura define al AMOR, como la aceptación del otro como legítimo otro en la convivencia con uno.

SICOLOGÍA
Compadézcame... por favor
Paula Serrano, Sicóloga

¿ Qué tiene el dolor que espanta? ¿Será tan grande nuestra fragilidad que el dolor nos asusta a límites intolerables? ¿Qué pasó con la vieja enseñanza, presente en todas las religiones y muy especialmente en la religión católica, de que el dolor nos engrandece?

¿O será que sentimos que sólo el dolor propio nos hace grandes y el ajeno no?

En una mesa de un café de hospital, una mujer llora a un hijo que está entre la vida y la muerte. Sus amigas y amigos la acompañan y uno agradece la vida en este país, en que a pesar de su desarrollo galopante todavía hay tiempo para acompañar a los amigos y a los enfermos.

Sorprende, en cambio, la forma de acompañar que predomina. Es la del consejo, la del consuelo. No la de la aceptación del sufrimiento.

¿Qué tal si partimos mejor de la base de que quien sufre, esa madre en este caso, no quiere ser consolada? Lo que ella quiere es que su rabia y su pena sean tan evidentes para todos que nadie pueda discutirla ni con un gesto. Si quiere llorar, que llore; si quiere insultar, que insulte; si quiere poner en duda la existencia misma de Dios y de la bondad sobre la tierra, que lo haga.

Reconocer el derecho a sufrir es aceptar que no hay consuelo. Hay la alegría de la compañía y el cariño; hay la bendición de tener con quien pasar las horas que son eternas y atemorizantes; hay la maravilla de verse a sí misma riendo a pesar de todo, gracias a alguna tontera que alguien dijo; hay la posibilidad de sentir que, a pesar de todo, uno es una buena persona que tiene buenos amigos y gente dispuesta a ayudarle. Todo esto junto a la certeza de que nadie puede siquiera imaginar el miedo y dolor que ella siente. La soledad existencial se hace vívida en el dolor.

Ella dice: "No me consuelen, por favor". En esa frase sencilla lo que pide es que la dejen sufrir como quiera y como pueda. Porque si hay otro presente que sólo puede resistir el dolor expresado de una manera y no de otra, que se defiende dando consejos inútiles, haciendo juicios banales y de sentido común, que sepa que lo hace por sí mismo, no por ella. Deja eso claro en su frase entre suplicante y divertida.

Alguien dice: "Esto es lo más atroz que le puede pasar a alguien". Los demás la miran como rogando que se comporte, que no diga eso, que diga lo contrario, que estas cosas pasan y después quedan sólo en el recuerdo, que la mayoría de los casos se salvan, que tenga fe, que todo va a salir bien. Se produce el silencio incómodo de quien ha dicho la verdad, de quien sólo tuvo corazón para compadecer y no para consolar. La única que dulcifica el rostro y sonríe es la madre. Aliviada de poder ver un reflejo tenue, pero un reflejo al fin de lo que siente.

Esa mujer inadecuada era, sin duda, la más valiente. Porque sabía que el dolor de la otra era lo único importante. Reconocerlo, validarlo, ponerlo sobre la mesa era el mejor gesto de cariño.

En los textos de sicología básica se aprende que la negación es un mecanismo de defensa necesario y sano, sólo si se utiliza a ratos, para poder seguir viviendo. Quien crea que consuela negando se equivoca rotundamente. Dar consuelo es aceptar el dolor del otro, y si no sabemos qué decir, el silencio es siempre una mejor compañía y un mejor consuelo que las frases que intentan negar el dolor.

Aconsejar no es consolar. Consolar puede ser también atreverse a compadecer.

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