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Tener el control

Tener el control (Parte I)
Autora Paula Serrano

publicado el martes 31 de octubre de 2006 en la Revista Ya de El Mercurio

A veces a las mujeres se les desdibuja el camino largo. La vida y la muerte no se separan del todo y ante el terror de enfrentarse a las preguntas de fondo, el control aparece como una respuesta muy frecuente. Tan frecuente que las mujeres están extenuadas de controlarlo todo.

Y nadie las para. Sus maridos están cómodos en ese "hacerse cargo" femenino. Ceden con gusto ese aburrido terreno de la vida y las mujeres lo aceptan como una carga, pero luego no pueden desprenderse de él. Los profesores también aprovechan este control materno para recargar a las madres con obligaciones ilimitadas a veces, que ellas aceptan casi con orgullo, porque así están a cargo de todo. También los médicos y hasta los neurólogos y psicólogos damos indicaciones propias de titanes. No importa, mamá lo puede todo. Las mujeres controladoras lo son porque se sienten importantes, porque creen que si tienen todas las variables en sus manos, todo estará bien. Porque les da sentido a sus vidas. En lo más profundo de sus almas, las mujeres controladoras creen que con el control exorcizan el dolor, que disminuyen el azar, que minimizan el miedo.

En definitiva, huyen de la certidumbre de la muerte.

No hay que confundir a la mujer controladora con la mandona y la dominante. Muchas veces son calladitas, no se alteran, y consiguen con una fuerza extraordinaria que todo pase por sus manos y que se haga a su manera. A las que gritan en general nadie les obedece de verdad, son pataletas más parecidas a una explosión infantil, que pasa rápido y no tiene consecuencias. Las que sólo se sienten o se enojan o se victimizan no puede asegurarse que sean controladoras. Porque la característica más importante de esta tentación femenina es la desconfianza. En las reuniones de curso ponen en duda a los profesores, temen que el servicio doméstico les robe y tienen todo con llave, revisan todo, registran, se meten en lo ajeno, no conocen el respeto por lo privado ni por la diversidad. Cuando les dicen que no actúan como si les dijeran que sí, hablan como si fueran dueñas de la verdad, necesitan sentir que tienen razón y que lo hacen todo bien; toleran mal la crítica, descalifican a los suyos aunque sea dulcemente.

A pesar de esta descripción que sólo habla de su rasgos negativos, son grandes amigas, capaces de hacer todo por los demás y son genuinamente generosas. Porque no es que estas mujeres sean deleznables ni detestables. Pueden ser, sí, un poco cansadoras.

Es el miedo lo que las mueve, no la maldad. Es una sensación antigua de pérdida que las persigue hasta hoy. Generalmente la encontramos en la infancia de estas mujeres. Esas pérdidas que los niños viven como irremediables y no lo son. Se quedaron pegadas en el miedo a perder, aunque hoy sean mujeres potentes y capaces de tolerar muchas pérdidas reales.

Hasta que viven una pérdida real, hasta que la vida las enfrenta a una crisis real. Entonces pueden verse a sí mismas como poderosas y empezar a soltar el control. Para estas mujeres, las crisis son una bendición. Porque recién pueden empezar a confiar. Ahora que confían en sí mismas.


Las consecuencias del control en la mujer (Parte II)
publicado el martes 7 de noviembre de 2006 en la Revista Ya de El Mercurio:

Si bien el control existe como defensa ante el miedo, ante lo imprevisible, lo aza-roso, ante la muerte como símbolo de lo inesperado, también trae consecuencias no tan útiles ni benignas a las muchas mujeres que han elegido ser controladoras para vivir, o creer que viven, tranquilas porque todo está en sus manos.

El primer resultado del control excesivo son los ataques de pánico. Este cuadro, que es cada día más frecuente en mujeres, es como vivir la muerte sin morirse. A propósito de nada aparente, la persona vive un verdadero ataque cardíaco, siente que se va a morir. No es el corazón, es la mente. Quienes lo han vivido saben hasta qué punto cuesta recuperar una vida normal después, porque la amenaza de su repetición es tan aterradora que la angustia se hace difícil de controlar. Es como si todo el miedo reprimido, controlado con tanto afán, reventara en la cara y la vida nos gritara que es inútil, que por más que intentemos controlar y controlarnos, la naturaleza es más fuerte.

Hay cuadros menos graves que el ataque de pánico, y son los ataques de angustia que varían entre un miedo sordo y un pecho oprimido hasta la sensación de una garra que nos aprieta la garganta y no suelta. La angustia está ahí, tomando venganza de haber sido silenciada, nunca escuchada. La angustia no es otra cosa que la cara orgánica, física, del miedo. Y la angustia aparece en las mujeres controladoras sin aviso y, con frecuencia, sin razón. Esa angustia inmotivada es también lenta de tratar, porque viene de una historia larga de control que no se desarma fácilmente.

Está también la desazón, esa misteriosa sensación de no poder estar tranquila, de tener miles de pendientes, de tener muchas llamadas que hacer, mucha gente que nos necesita, mucho que supervisar para que nada salga mal. Este síntoma - que no es la hiperactividad- da origen a personas que parecen ausentes de las necesidades reales del otro. Son ellas las que saben qué hacer y cómo hacerlo, y están siempre esperando actuar por el otro. Son presentes-ausentes. Difícil descansar cuando la desazón está al acecho; por lo tanto, son también personas muy energéticas y que suelen descansar cuando se enferman. De nuevo, el cuerpo les recuerda que todo es finito.

Otra consecuencia personal del control excesivo es la soledad, que ronda sin hacerse presente del todo. Como buenas mujeres controladoras, están muy acompañadas, pero nadie está para ellas, no de verdad.

Si miramos con detención, veremos que el control es una mala salida, porque curiosamente nunca se consigue. Es una ilusión. Peor aún, es una ilusión que no alimenta. Es inútil y dañina. Curioso que las mujeres de hoy la escojan como un mecanismo tan habitual, si niega tan de fondo las aspiraciones femeninas más históricas, pero explicable. Porque las mujeres controladoras son prácticas, cosa muy necesaria en el mundo de hoy.


Control y relaciones personales (Parte III)
publicado el martes 14 de noviembre de 2006 en la Revista Ya de El Mercurio:

Cuando una mujer elige el control como defensa ante el miedo a los azares de la vida, corre riesgos también en la calidad de sus relaciones personales. El riesgo de fondo, que se manifiesta de muchas maneras, es la tendencia a buscar ser necesitada más que amada. Lo que es una tragedia, nunca en el corto plazo, pero sí en el largo. Porque lo que comenzó como un escudo contra los peligros de la vida y la muerte, termina sumiéndola en estados de soledad profundos y en depresiones.

En la vida no hay nada que hacer contra el peligro. Cuidarse, cuidar y enfrentar que casi nada está en nuestras manos. Pero la mujer controladora sólo mira este aspecto de la vida en las grandes crisis, si es que es capaz de enfrentarlas como tales y antes no se enferma o se esconde en alguna ocupación...

Los hijos de madres controladoras suelen ser hijos inútiles, abusadores, regalones. Saben pedir y no saben dar. Son bien educados en sus modales y acertados en sus expectativas, pero son egoístas porque no aprendieron la reciprocidad que, queramos o no, viene sobre todo de las madres. Indudablemente mucho del resultado dependerá también del padre que tengan. Los hijos hombres de estas mujeres suelen ser maridos demandantes más que cuidadores y protectores. Mientras sus hijos las necesiten, estas madres controladoras tienen un sentido claro de la existencia. Por eso detestan a la nueras autónomas, que se escapan de su control, les parecen inútiles, regalonas, flojas, descuidadas. Porque así ellas siguen manteniendo un rol de mujeres indispensables en las vidas de sus hijos. Son suegras agotadoras pero disponibles para sus nueras. Son mejores suegras de sus yernos, ya que prolongan el cuidado en ellos. En algún rincón profundo, los hijos sienten o saben que el amor de sus madres está ligado a ser necesarias y a que las cosas se hagan a su manera. Por eso pueden sentirse muy incapaces y sin recursos. Hay alguna frialdad en la base de la relación de las mujeres muy controladoras con sus hijos, una frialdad dolorosa para ellas y para ellos.
En la relación con sus parejas, generalmente las mujeres controladoras son las mejores para un hombre ambicioso. Se hacen cargo de las carreras de sus maridos, se hacen indispensables en sus vidas laborales y sociales. No resistirían un fracaso del marido. Se hacen cargo con eficiencia de hijos, suegros, tías, etcétera. Son las esposas perfectas. Pero son faltas de respeto, en lo profundo, de las fragilidades de su hombre. Hay poca intimidad en estas parejas, pero mucho compromiso. Nuevamente son muy necesarias, pero no tan queridas. Porque son castradoras por instinto. Saben que si castran a sus hombres los tendrán con ellas para siempre. Y no lo hacen conscientemente. Lo hacen por miedo. El lema de la mujer controladora sería "Que harías sin mí, que harían todos sin mí". Y lo peor es que tienen razón. Pero de tan importantes, descuidan sus propias necesidades. En realidad, apenas las reconocen.

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