Reescribo columna de sicología aparecida en la revista Mujer del diario La Tercera, lamentablemente no anoté la fecha de publicación.
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Cuando nos permitimos llorar, afloran lágrimas, pero además fluyen emociones y sentimientos que desahogan contenidos afectivos relevantes y profundos de nuestra vida emocional. Las personas se pueden pasar gran parte de la vida no expresando su pena o sus pesares, pero no es posible borrarlas de su interioridad.
El costo de no exteriorizar, con un buen llanto o expresión de tristeza algún contenido guardado por mucho tiempo, puede significar en el futuro la presencia de enfermedades o trastornos psicosomáticos. Las penas que no se expresan no se van o desaparecen mágicamente; sólo las olvidamos periféricamente.En nuestro estilo de sociedad son pocas las personas que ven en el acto de llorar una conducta natural y sana, de la que no es pertinente avergonzarse; por el contrario, muchas lo ven como un signo de debilidad o histrionismo innecesario atribuido generalmente a las "mujeres hipersensibles o manipuladoras".
Es tan sanador el llorar, que en algunas oportunidades le he sugerido a pacientes, la mayoría hombres, que se provoquen la expresión de un llanto reprimido por mucho tiempo, aunque sea a través de ver una película de contenido altamente emotivo. Y si lo anterior no da el resultado esperado, simplemente picar una cebolla. Esto tiene como propósito terapéutico forzar a presentar conductualmente el llanto para que se desencadenen, una vez liberado el llanto, una serie de contenidos afectivos que se encontraban trabados o inhibidos en la persona, y le causaban un gran pesar o sensación de sobrecarga afectiva displacentera.
Este mandato cognitivo (esquema de pensamiento mecánico que llevamos hombres y mujeres internalizado a través de las generaciones) hace muy difícil que nos permitamos descubrir y expresar sentimientos de tristeza, pena, dolor, nostalgia, inhibición, desmedro afectivo, timidez..... de una manera natural y descomplicada. Todo este mecanismo hace que muchos hombres, sobre todo los de las pasadas generaciones, se vayan forjando una imagen de sí mismo distorsionada y rígida, desde la cual sólo pueden expresar algunos sentimientos, y otros, no.
Preguntándoles a varios hombres sobre la verbalización de sus sentimientos, he concluido que para ellos es mucho más aceptable socialmente decir: "estoy choreado", o "estoy apestado", que "tengo pena" o me "siento solo".
Llorar es sano y necesario cuando tenemos una gran pena; a través de este mecanismo nos desahogamos y liberamos contenidos afectivos negativos; también es importante cuando algo nos conmueve tan profundamente que nos inunda una sensación de gran tristeza o si sentimos un gran dolor físico que vivenciamos que nos supera. Y, en general, toda vez que genuinamente sentimos la emoción o necesidad de descargar a través del llanto nuestros afectos, sean positivos o negativos.
Pero en el sentido contrario, llorar se convierte en un mecanismo manipulador si lo hacemos para conseguir algo a cambio; si queremos que los demás sientan pena de nosotros; porque necesitamos ser escuchados o atendidos; o si lo utilizamos para expresar indirectamente los contenidos que no nos atrevemos a decir verbalmente.
Es importante permitirse llorar; como también lo es realizar una consideración del contexto en que se está llorando. Por ejemplo, si a una profesional se le "caen las lágrimas" delante de su jefe, permítaselo, pero de una manera respetuosa y tranquila; no explicite que está llorando, lo cual es obvio; no dé explicaciones, ya que no está haciendo nada malo, y seque tranquilamente sus lágrimas sin dejar que su argumentación verbal cambie de rumbo o pierda fuerza. Si le preguntan ¿qué le pasa?, puede responder lenta y serenamente: me emocioné, pero puedo seguir hablando del tema en cuestión. Con este modelo, para hombres y mujeres, reconocemos que nos podemos emocionar, que eso no es terrible, y que es posible reto-mar la conversación, porque este hecho afectivo no nos está nublando ni distorsionando nuestra manera de pensar. Sólo son caminos diferentes.
Los caminos racional y emocional son carriles diferentes, válidos cada uno y ricos en sus diversos contenidos, que no se topan ni deben desmerecerse el uno al otro, más bien acompañarse respetuosamente a lo largo de la vida.
No olvidemos: Llorar lava los ojos y el alma.
Columna escrita por: la Sicóloga Javiera de la Plaza
e-mail: jdelaplaza@entelchile.net
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Llorar es bueno
Cuando nos permitimos llorar, afloran lágrimas, pero además fluyen emociones y sentimientos que desahogan contenidos afectivos relevantes y profundos de nuestra vida emocional. Las personas se pueden pasar gran parte de la vida no expresando su pena o sus pesares, pero no es posible borrarlas de su interioridad.
El costo de no exteriorizar, con un buen llanto o expresión de tristeza algún contenido guardado por mucho tiempo, puede significar en el futuro la presencia de enfermedades o trastornos psicosomáticos. Las penas que no se expresan no se van o desaparecen mágicamente; sólo las olvidamos periféricamente.En nuestro estilo de sociedad son pocas las personas que ven en el acto de llorar una conducta natural y sana, de la que no es pertinente avergonzarse; por el contrario, muchas lo ven como un signo de debilidad o histrionismo innecesario atribuido generalmente a las "mujeres hipersensibles o manipuladoras".
Es tan sanador el llorar, que en algunas oportunidades le he sugerido a pacientes, la mayoría hombres, que se provoquen la expresión de un llanto reprimido por mucho tiempo, aunque sea a través de ver una película de contenido altamente emotivo. Y si lo anterior no da el resultado esperado, simplemente picar una cebolla. Esto tiene como propósito terapéutico forzar a presentar conductualmente el llanto para que se desencadenen, una vez liberado el llanto, una serie de contenidos afectivos que se encontraban trabados o inhibidos en la persona, y le causaban un gran pesar o sensación de sobrecarga afectiva displacentera.
Este mandato cognitivo (esquema de pensamiento mecánico que llevamos hombres y mujeres internalizado a través de las generaciones) hace muy difícil que nos permitamos descubrir y expresar sentimientos de tristeza, pena, dolor, nostalgia, inhibición, desmedro afectivo, timidez..... de una manera natural y descomplicada. Todo este mecanismo hace que muchos hombres, sobre todo los de las pasadas generaciones, se vayan forjando una imagen de sí mismo distorsionada y rígida, desde la cual sólo pueden expresar algunos sentimientos, y otros, no.
Preguntándoles a varios hombres sobre la verbalización de sus sentimientos, he concluido que para ellos es mucho más aceptable socialmente decir: "estoy choreado", o "estoy apestado", que "tengo pena" o me "siento solo".
Llorar es sano y necesario cuando tenemos una gran pena; a través de este mecanismo nos desahogamos y liberamos contenidos afectivos negativos; también es importante cuando algo nos conmueve tan profundamente que nos inunda una sensación de gran tristeza o si sentimos un gran dolor físico que vivenciamos que nos supera. Y, en general, toda vez que genuinamente sentimos la emoción o necesidad de descargar a través del llanto nuestros afectos, sean positivos o negativos.
Pero en el sentido contrario, llorar se convierte en un mecanismo manipulador si lo hacemos para conseguir algo a cambio; si queremos que los demás sientan pena de nosotros; porque necesitamos ser escuchados o atendidos; o si lo utilizamos para expresar indirectamente los contenidos que no nos atrevemos a decir verbalmente.
Es importante permitirse llorar; como también lo es realizar una consideración del contexto en que se está llorando. Por ejemplo, si a una profesional se le "caen las lágrimas" delante de su jefe, permítaselo, pero de una manera respetuosa y tranquila; no explicite que está llorando, lo cual es obvio; no dé explicaciones, ya que no está haciendo nada malo, y seque tranquilamente sus lágrimas sin dejar que su argumentación verbal cambie de rumbo o pierda fuerza. Si le preguntan ¿qué le pasa?, puede responder lenta y serenamente: me emocioné, pero puedo seguir hablando del tema en cuestión. Con este modelo, para hombres y mujeres, reconocemos que nos podemos emocionar, que eso no es terrible, y que es posible reto-mar la conversación, porque este hecho afectivo no nos está nublando ni distorsionando nuestra manera de pensar. Sólo son caminos diferentes.
Los caminos racional y emocional son carriles diferentes, válidos cada uno y ricos en sus diversos contenidos, que no se topan ni deben desmerecerse el uno al otro, más bien acompañarse respetuosamente a lo largo de la vida.
No olvidemos: Llorar lava los ojos y el alma.
Columna escrita por: la Sicóloga Javiera de la Plaza
e-mail: jdelaplaza@entelchile.net
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